No quiero decir con este título que desde el momento en que entramos en una oficina bancaria el personal de la misma pretenda engañarnos. Soy de la opinión de que en muchos de los numerosos escándalos habidos recientemente en todo lo relacionado con los bancos, el personal de las oficinas ha sido más víctima que verdugo. Pero ello no obsta, a que si en algún momento somos perjudicados, en ningún momento la banca va a reconocer sus errores y tratará de imputarnos de todas las posibles consecuencias. Voy a explicar un caso, de una persona muy cercana a mi. Esta persona hace unos años, ante la necesidad de realizar una compra de un bien, se dirigió a la oficina donde tenía sus ahorros, para decirle, que los iba a necesitar. Parece que la idea no le gustó mucho al director de la oficina, porque le dijo: “no los vendas!, yo te hago un préstamo y lo garantizamos con los fondos que tienes”. Mi amigo le dijo que necesitaba algo más de dinero de lo tenía en el banco, a lo cual el director de la sucursal, le contestó que le daría el mismo importe de préstamo, que los fondos que tuviera. Que esos fondos estarían invertidos de forma segura, de modo que el tipo de interés a pagar quedaría compensado con el tipo de interés que abonaba el banco, y la diferencia de tipos sería el coste de la operación.
Así planteada la idea no parecía mala. Se firmo la operación de préstamo y se pignoraron los fondos que había en el banco, en los productos que consideró conveniente el bancario. El problema es que ese bancario metió dinero en la que su banco denominaba cartera conservadora, y esa cartera conservadora estuvo afectada por el caso LEHMAN BROTHERS. La conclusión es que cuando se paga el préstamo, y se pide recuperar el dinero, hay una perdida, de tal calibre, como si el tipo de interés que se ha abonado al banco fuese del 25% en dos años.
Mi amigo, le dijo “¿que has hecho?, esto no es lo que hablamos.” El silencio fue la respuesta del bancario. Se mandaron cuatro cartas de queja al servicio de reclamaciones del Banco, que solo contestó la última, para decir que había expirado el plazo de reclamación. Demanda judicial, donde la defensa del bancario, consistió en una sarta de mentiras que harían enrojecer si se tuviese un mínimo de dignidad. Y finalmente, una jueza, que no se entera del fondo del asunto, que mezcla conceptos, y hace que mi amigo no consiga la recuperación de su dinero. No pretendo aburrir, con datos, pero hay una cuestión evidente, como suelen tener reconocido todas las entidades financieras en sus protocolos de actuación. En un préstamo con garantía de valores o dinero, el importe del préstamo viene determinado por la calidad de la garantía, de modo que solo se da el 100% del préstamo, cuando la garantía no puede fluctuar a la baja. Ese planteamiento tan normal y de sentido común es lo que hizo que mi amigo firmase la operación. Confiaba en la correcta diligencia de un profesional de la banca, que no la tuvo.
Volviendo al principio, no es que la banca pretenda engañarle, pero es totalmente cierto que la banca no es amigo de nadie. Y si en algún momento está reparando perjuicios, muy a regañadientes, es por la pérdida de imagen que le provoca, no por un sentimiento de justicia y responsabilidad.